lunes, febrero 27

Palabras que comen

Podría empezar, como todo, por lo obvio. Comerte con cada una de mis palabras, desnudarte en un verso sin rima y hacerte mía en el infinito abismo que generan los colores de todas las estrofas.

Pero no!, escribir poemas de amor es don de pocos.

Palabras que comen: tratare de explicar qué son mis palabras que comen.

La forma más fácil de entenderlo -de entenderme- es con ejemplos (igual que para explicarte qué es la lluvia, la mejor forma sería sentarte bajo la lluvia y que sientas como te moja los hombros).

Algunas de las palabras que comen, son aquellas que devoran sueños. Para mi: “trabajo”, “adultez”, “responsabilidad”, “sobriedad”, “destino”, “uniforme”, etc.

También están las palabras que comen aun cuando dormimos. Tal es el triste caso de “inconsciente”, que mientras nuestro cuerpo descansa acomete contra nuestra memoria, falseando realidades, dibujando esa Navidad en que no recibimos nuestro muñequito de Heman, el que te convierte luego en un padre golpeador.

Encontramos palabras que no solo comen, sino que, una vez diezmada la presa, la golpean, escupen y torturan: “me gustas como amiga/o”, “Sos demasiado para mi” “¿Y no te da miedo estudiar letras? ¿De qué vas a vivir?”, “te juro que me gustaría, pero…”, “¿Me prestas el CD mañana te lo devuelvo?”, “prefiero estar solo/a”, “estoy embarazada/o”, etc.

Hay palabras que comen solo cuando uno las lee en los libros (porque gracias a Dios no se encuentran en nuestro léxico diario). Caso típico: uno esta de lo más chocho leyendo García Márquez y de repente se encuentra con la palabra “crisuela”. Uno puede deducir que significa según su contexto, pero aquella centésima de segundo en que nos dimos cuenta que no tenemos ni remota idea de que quiere decir… esa centésima de segundo fue cuando la palabra nos masticó.

Es común encontrar en Quevedo “chamarillero” o “champán”, en Borges “Uxmal”, en infinitos libros mal traducidos “chaza” o “gambesón”. Se puede encontrar en compendios históricos la palabra “encaustos”, libros de medicina rezan “formaldehído”, libros de filosofía que dicen “comisorio”, etc.

Comer, es uno de los placeres mas grandes del hombre. Cuando comemos sentimos algo imposible de sentir (o imaginar) al realizar cualquier otra actividad. Es el placer que nos da el flan casero después del asado del domingo ó el dulce de leche con helado (¡Todo mezcladito!).

Las palabras que comen son esas aquellas que nos despiertan ESE placer TAN especial. No es necesario que estén asociados con ningún tipo de recuerdo o imagen, hablo de la palabra nomás. Por ejemplo “Jacarandá”, cada vez que escucho esa palabra no puedo evitar sentir el cosquilleo que trepa por toda mi espalda. No me refiero al sentido-connotación-denotación-significación que pueda tener la palabra, sino a su sonido, a la música inmanente a esa palabra.

“Gris” es otra de esas. Cuando escucho esa palabra automáticamente empiezo a soñar y fabular. Obviamente, al igual que algunas personas podrían vivir a base de lemmon pie y otras lo detestan, una persona puede tener un orgasmo intelectual con la palabra “espectro” y a otra parecerle una cosa muerta y estúpida.

“Buenos Aires” también es una de esas palabras que comen. Antes que ciudad es idea, antes de ser edificio es mitología de arrabal, antes de cemento es sueño. Y Buenos Aires vive, y come. Todo lo traga, todo lo escupe. Encierra en cada esquina, en cada baldosa floja y en cada calle, las magias de las personas que fueron (y de las que serán después). No se puede entrar a Buenos Aires sin sentir que hay algo que perdemos para siempre. Mandíbulas grises que devoran caricias, que corroen las ganas y deseos. Y más, la vida urbana y sedentaria (está comprobado) aumenta la celulitis.

Me parece que todavía no termino de explicar qué son las palabra que comen. Conocemos las cosas por lo que son, y también por lo que no son, por lo que dejan de ser y por lo que nunca serán. Así, las palabras que no comen: “dieta”, “light”, “verano”, “berenjenas” (por lo feas), “yoghurtcito”, y muchas otras.

La palabra que come es también la palabra oral. Esa que te saca la sonrisa o la lagrima cuando te la dicen al oído. El papel no transmite, solo comunica. En este momento estás leyendo lo que pensé, pero a diferencia de la palabra oral, nunca vas a poder sentir lo que pensé.

Ahora estoy escribiendo y las palabras me comen. La tinta imprime la idea, una idea que es tan mía como lo son mi pie izquierdo y mi nariz. Escribo cada palabra y se que con cada una pierdo un parte mía. Hoy, miércoles a la medianoche, no seré el mismo de mañana. Y no porque Heráclito así lo haya pensado, sino porque con cada palabra hay algo mío que se va. Y que nunca más vuelve.

Juan Pablo de Lucca
02/2006

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